LA PROBLEMÁTICA DE SER UN “PUERTO SUCIO”
El mar es el canal por excelencia del comercio internacional, a través del cual los países de todo el mundo transportan sus productos de exportación y sus compras al exterior.
Desde luego no es el único, ya que tanto el transporte terrestre como el aéreo son también vitales para los intercambios entre países, pero en proporción, el transporte marítimo es responsable de nada menos que del 80% de las mercancías que se mueven por el mundo.
Es por esto que restringir o complicar la gestión del transporte marítimo es sinónimo de atentar contra las posibilidades de desarrollo de cualquier país.
En este contexto, me gustaría aportar a estas “Crónicas Marítimas” el caso de Argentina y su reciente calificación, no formal, como “Puerto Sucio” y lo que esto implica.
Una sucesión de hechos desafortunados
Argentina es un país con grandes riquezas pero desde hace muchos años empobrecido y endeudado, que sufre de falta de previsibilidad y de políticas de estado que marquen un rumbo claro para su economía y crecimiento.
Una de las problemáticas estructurales de su economía es la falta de dólares, lo que recurrentemente genera la necesidad de restringir las compras al exterior por la imposibilidad de poder efectuar el pago de las mismas en dicha moneda.
Esto repercute de forma directa también a la producción local, ya que de acuerdo con la Cámara de Importadores de la República Argentina (CIRA), alrededor del 80% de las importaciones del país son destinadas a insumos productivos, por lo que, al final del círculo, esto también impacta en las exportaciones, que son el único camino para obtener esos tan necesarios dólares.
Se genera entonces un “círculo vicioso”, para el que se han ensayado ya varias salidas, pero ninguna ha resultado finalmente y previsiblemente efectiva.
Un camino peligroso
Lamentablemente, estos últimos meses se llegó en el país a un punto muy riesgoso. Con el afán de “cuidar” los dólares, el Banco Central emitió una resolución que dificulta el pago de los fletes internacionales, entre ellos, el marítimos, junto con un decreto que grava a los fletes de no residentes con un “impuesto país”.
Inmediatamente los referentes del sector encendieron las alarmas, al verificar que bajo estas condiciones los puertos argentinos pasaron a ser “puertos sucios”, una denominación que no es oficial, pero sí de uso corriente en el mundo de los intercambios comerciales internacionales.
La misma posiciona al país como un lugar problemático y poco competitivo para hacer negocios, ya que, por un lado los impuestos restan competitividad y, fundamentalmente, porque las restricciones a los pagos de los fletes generan incertidumbre en los proveedores de servicios quienes, al no poder cobrar en el país de forma previsible, deciden cobrar en destino, para lo que las empresas deben pedirle a sus propios clientes que paguen el flete en el exterior, una situación completamente atípica que suma dificultades.
La necesidad de priorizar la conectividad
Continuando con el tema, se trata de una situación compleja, ya que la poca disponibilidad de dólares es real y es la que motiva toda esta serie de medidas.
Ante este contexto, las próximas decisiones a tomar van a ser determinantes para lo que pueda suceder en el futuro inmediato, así como la forma en que el mundo acompañe a Argentina en este proceso.
Escenarios como este ponen de relevancia la gran importancia del transporte marítimo, no solo como un servicio puntual, sino por lo que puede representar para la imagen y competitividad de los países.
Esto toma más relevancia sobre todo en un mercado como el argentino, que por su ubicación geográfica se encuentra alejado de las principales rutas comerciales, por lo que una buena conectividad marítima resulta fundamental para su posicionamiento efectivo como protagonista del comercio internacional.
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